Las urgencias pediátricas se colapsaron este año por el incremento de bronquiolitis.

2022: el año en que perdimos el miedo a la Covid y nos enfrentamos a otros virus y bacterias

En estos meses la amenaza pandémica ha mutado hacia un puñado de nuevos patógenos y otros, viejos conocidos, que han resurgido por sorpresa.

Marcos Domínguez

Parece que fue hace siglos pero hace menos de un año estábamos inmersos en una de las peores olas Covid de estos tres años de pandemia, con más de 6 millones de contagios y 14.000 muertes. A lo largo de 2022 parece haber hecho efecto por fin la inmunidad generada por la vacunación y las repetidas infecciones y hemos dejado de tener miedo a la Covid. Ha sido el momento para que unos patógenos conocidos –y otros no tanto– cubran un hueco que nadie esperaba que se llenara tan pronto.

A principios de este año la mascarilla era obligatoria tanto en interiores como exteriores, hacía falta certificado Covid para viajar y los tests habían desaparecido de las farmacias. No era para menos: ómicron llegaría a su punto álgido a finales de mes, alcanzando una incidencia de 3.400 casos por cada 100.000 habitantes. Los hospitalizados por Covid se acercaban a los 20.000, con más de 2.000 de ellos en las UCI.

Sin embargo, algo había cambiado. Ómicron, la variante predominante desde entonces, cambió las reglas del juego: su capacidad de contagiar era tan alta que hacía virtualmente imposible la estrategia de contener el virus. Asimismo, su gravedad acabó demostrándose menor y las vacunas desarrolladas para el virus original, si bien no evitaban la infección, sí se mostraron eficaces conteniendo su severidad.

De ahí que, a finales de marzo, cuando la sexta ola ya había sido superada, el Ministerio de Sanidad dio un volantazo a la estrategia contra la Covid: los casos dejaron de contarse uno a uno entre la población general y solo se seguiría haciendo esa monitorización tan estrecha entre los mayores de 60 años. Se dijo adiós a los aislamientos y las cuarentenas y, finalmente, el 20 de abril se levantaba la obligación de llevar mascarillas en interiores. Ahora solo serían imprescindibles en establecimientos sanitarios, residencias y transporte público.

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Los expertos se mostraban escépticos ante esa apertura abrupta. "El virus no hace caso a los políticos, sigue siendo el mismo", comentaba a EL ESPAÑOL el presidente de la Sociedad Española de Medicina Preventiva y Salud Pública, Rafael Ortí. Muchos temían que una ómicron sin barreras provocaría estragos; después de todo, por poco grave que fuese, si contagiaba a mucha gente, el número de hospitalizaciones y muertes serían altos.

Desde entonces, sin embargo, la Covid ha dejado de manifestarse en oleadas para ser una especie de ruido de fondo: siempre hay contagios, hospitalizaciones y muertes –las cifras oficiales siguen indicando al menos unas 10 o 15 diarias, de las que aproximadamente la mitad serán 'con Covid', es decir, que el virus no sería la causa principal– pero los centros sanitarios ya no se colapsan por el SARS-CoV-2 excepto en China.

Ahora lo hacen por la gripe y el virus respiratorio sincitial (VRS). Este último, causante de las bronquiolitis o infecciones pulmonares en bebés, ya dio un aviso en el verano de 2021 y en la última primavera, pero ha sido a partir del otoño cuando la situación se ha desbocado: la ausencia de mascarillas y la falta de contacto previo con el virus en niños algo mayores ha generado una oleada de casos graves que ha tensionado los servicios de Pediatría como nunca antes.

El año de la viruela del mono

La gripe tuvo un resurgir en marzo, cuando la sexta ola ya era historia, tras dos años con apenas casos. El invierno austral dio señales de que la temporada en el hemisferio norte iba a ser precoz y seria. Por eso, las autoridades sanitarias hicieron hincapié en que las personas vulnerables y mayores de 60 se vacunaran este otoño de gripe y Covid simultáneamente. La transmisión ha sido alta, superando los niveles epidémicos, pero todo parece indicar que la explosión de casos se dará bien entrado el invierno.

Lo que ha hecho saltar las alarmas, con todo, no ha sido esta oleada sino la detección en humanos de cepas procedentes de animales, como H3N8 y H10N3. Esta última, una auténtica plaga entre la población de aves de granja, obligó a sacrificar más de medio millón de gallinas en España. De momento no han mostrado capacidad para transmitirse entre humanos: siempre han necesitado el salto desde un animal.

Pero si por algo se recordará este 2022 es por los problemas de salud pública que han generado patógenos fuera del foco. El más importante de ellos es el mpox, anteriormente conocido como viruela del mono, un virus endémico en países del África subsahariana y que se expandió rápidamente en Europa y Estados Unidos entre la primavera y el verano, con España como una de las grandes damnificadas: con más de 7.000 casos (y dos muertes) detectados dentro de nuestras fronteras, solo Estados Unidos y Brasil (países mucho mayores en tamaño) nos han superado en número de infecciones.

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La expansión de mpox por países no endémicos vino acompañada de polémica, ya que, en un primer momento, el perfil de los contagiados era el de hombres que mantenían sexo con hombres, y su diseminación se ligó a la asistencia a eventos masivos. Los gobiernos hicieron acopio de vacunas contra la viruela y antivirales, mientras en los países endémicos todavía no han llegado ninguna de las dos.

Mpox no fue la única sorpresa. En abril, Reino Unido informaba de un aumento en niños de casos de hepatitis de origen desconocido, esto es, no asociada a ninguno de los virus de las hepatitis A, B, C, D o E. Pese a la alarma internacional, ese incremento no se observó en más sitios: en España se han reportado 59 casos hasta el pasado 10 de noviembre (tres de ellos necesitaron trasplante; dos murieron tras el mismo), en línea con lo esperado cada año y muy lejos de los 280 detectados en Reino Unido.

Tras una ardua investigación, las autoridades británicas achacaron este aumento, probablemente, a la actuación conjunta de un virus adeno-asociado (AAV2) y un adenovirus, potenciada por factores genéticos o toxinas ambientales.

Virus olvidados

También de Reino Unido llegó la alarma por muertes de niños ligadas a la infección por estreptococo del grupo A, que puede provocar la fiebre de escarlatina. La gravedad de los casos provcados por esta bacteria, por lo demás muy común y que provoca fiebre y dolor de garganta, se asoció, al igual que el VRS, a la baja exposición en niños pequeños durante los dos años anteriores.

La vengaza de los microbios no quedó ahí. Los expertos llevan tiempo advirtiendo de que el cambio climático y la destrucción de hábitats trae consigo la proliferación de patógenos: algunos de ellos dan sustos puntuales como si quisieran advertirnos de que no podemos bajar la guardia, como el virus del Nilo o la fiebre Crimea-Congo; otros pueden resurgir después de permanecer miles de años enterrados. Un estudio de The Lancet cuantificó que bacterias comunes podían estar detrás de más de 7 millones de muertes anuales en todo el mundo.

Como una pesadilla recurrente, el ébola volvió a ser noticia en África, con un brote en Uganda de una cepa para la que no hay tratamiento ni vacunas. Más sorprendente fue el resurgir de la poliomielitis, una enfermedad erradicada en el primer mundo y cuyos virus solo se encuentran en estado salvaje en Afganistán y Pakistán (las apariciones en el resto del mundo suelen estar vinculadas al virus debilitado inoculado por algunas de las vacunas, que causa una enfermedad más leve).

La detección en las aguas residuales de Londres y la identificación de varios casos en Ucrania, Israel y Estados Unidos puso de nuevo el foco en este viejo conocido cuando parecía algo del pasado. Las autoridades epidemiológicas españolas calificaron el riesgo en nuestro país (que lleva 30 años 'limpio' de poliomielitis) como bajo pero alertaban de que no debía bajarse la guardia.

La Covid ha puesto patas arriba el mundo microbiológico. Cuando creíamos que las enfermedades infecciosas parecían cosa del pasado o de regiones del mundo menos desarrolladas, el SARS-CoV-2 nos mostró que no se puede planificar la salud del futuro sin tenerlas en cuenta. El resurgimiento de varios patógenos tras el fin de la amenaza pandémica es el segundo aviso serio de esta década. De nosotros depende cómo será la siguiente advertencia.